No me juzguéis por una entrada, hacerlo por el blog entero. No, no. No me juzguéis ni por eso.
Ahora estoy aquí y a los cinco segundos he cambiado de lugar. Me comen demasiado las ganas por conocer, pero (por favor) no me lo tengáis en cuenta.
No me juzguéis porque me vuelva loca con una canción de Alaska y al momento invite a Christina a hacer una introspección y de repente renazca de las cenizas con Vega de telón de fondo. Tampoco lo hagáis por poner demasiadas ies, ni comas, ni per voler ser Estellés, ni por perderme entre las habitaciones de Montero, ni por bucear hasta el amanecer entre sueños y libros al azar.
Despreciaría que lo hicierais por sus besos, por encerrarme a cal y canto en su piel, por necesidad, por con quien comparto mis cosas y por quien no, porque me guste regalar abrazos y otras veces ponga cara de perro.
Porque me guste ir en bicicleta a todas partes, por ser más niña de lo que me toca, porque me guste trabajar con ellos, porque adore las pequeñas cosas, por amar las líneas finísimas que dibujan las olas en el horizonte, el mar; no me juzguéis por ello.
Entones (te estarás preguntando) por qué “podrías” juzgarme.
Simplemente un consejo: no me juzgues.