Detrás de mí, el pasado. Enfrente... ¿futuro?
La oscuridad de las calles solo se corta por la luz amarillenta de las farolas, más fría aun que el viento cortante. Los pasos rompen la minúscula capa de silencio entre el suelo y mis zapatos; pero hay unos pasos que se van quedando atrás. Vuelo entre el espacio y el tiempo.
La poca lucidez que me queda me embriaga, por sorpresa, más potente que el alcohol que me recorre las venas.
Pienso en todo, en ella, en nada. Su piel me revuelve la memoria, una noche interminable como el fuego, que parecía que el mundo iba a acabarse; y entonces pienso en el ahora, en el momento y el lugar. Hace horas una calle me contó un trocito de mi vida.
Ahora veo las millones de vidas que se van despertando: las que nos caemos e intentamos levantarnos sin éxito, las que luchan por los quieren, los que tienen una sonrisa siempre en los labios contra viento y marea. Nosotros tres y los demás estamos viviendo en las mismas calles, universales, de todos.
Y cuando me doy cuenta estoy viendo amanecer, por segunda vez en mi vida. El recuerdo de su piel se va borrando con las luces de la aurora.
Toda mi vida se resume en una noche... y no quiero.
La ciudad que despierta me hace sentir que la vida... que la vida es algo más.