lunes, 6 de diciembre de 2010

El viaje

Jamás vi un dorado similar al de aquel día. Tal vez era la luz que recorría con sus dedos cada grano de arena como si de un cuerpo desnudo se tratase. Los campos inextensos parecían no tener fin, no podía distinguir sus líneas con el rastro que el sol dejaba en esas horas de la tarde.

Oscuridad.

Miré a la mujer del pelo rojo, leía un libro de Allende, más bien lo devoraba. Subió en mi misma parada, viajaba sola, parecía que quería conocer mundo, encontrase, que nadie la esperaba al final del camino.

Seguía meciéndome entre el traqueteo de las ruedas, estática en el tiempo aunque los segundos volaran. Las nubes… las nubes podían tocarse solo estirando un poco la punta de los dedos.

El matrimonio de los asientos que estaban detrás de ellas parecía feliz. En su cara vi el peso de la experiencia, de los años. Ella miraba por la ventana, probablemente recordando con nostalgia los días pasados, mientras, su marido la observaba con delicadeza, con el amor y la certeza de que esa vida es la mejor que había podido elegir.

Un riachuelo se colaba entre el trigo que se balanceaba al compás del viento. Tan solo, tan libre. Oscuridad.

El tipo de al lado no colgaba su teléfono. Quizá hablaba con alguien que realmente quería, quizá se llevara algo turbio entre manos. Ellas que estaban en frente hacían una pareja singular. Una comía, la otra había caído contra la ventana presa del cansancio.

Se abrían mil caminos entre los árboles y la tierra. Millones de caminos pero ni una sola entrada. Siempre me he preguntado qué se sentiría al perderse entre ellos.

Ella a mi lado intentaba escribir algunas líneas, seguramente estaría pensando en todo el paisaje que dejábamos atrás, en el paisaje y el tiempo, pero no en la vuelta.

Pude encontrar edificios abandonados que encerraban vidas e historias anteriores, que, posiblemente, nunca descubriré. Mis tímpanos se dilataban al sonido de la velocidad.

¿Y yo? Yo solo era un pequeño grano de arena entre aquella maraña de pensamientos encadenados, luchando entre mis ojos y toda aquella realidad que se abría delante.

1 comentario:

  1. No hubiera sabido definir mejor todo aquello que en aquellos instantes nos rodeaba, tantos pensamientos encerrados dentro de una misma atmosfera y cada uno de nosotros mismos eramos insignificantes, cada uno con nuestros problemas, nuestros pensamientos, nuestras opiniones, tantas vidas enlazadas tan solo por un espacio insignificante en el mundo y compartiendo en nuestros timpanos el traqueteo de el tren a su paso.

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